Opinión

Sí se puede… juntos

El pasado jueves, una mujer se lamentaba con su compañera: “Terminamos 2014 con desahucios y empezamos el año igual”. A las puertas del edificio de la Empresa Municipal de Vivienda de Madrid (EMVS), las mujeres protestaban por las órdenes de desahucio de varias familias en la capital. Las casas, que no podían pagar, eran viviendas protegidas por el Ayuntamiento de Madrid que éste había vendido a un fondo buitre sin siquiera avisar a los inquilinos. El fondo inversor no daba opción a negociar: o pagas o a la calle. Al día siguiente, el grupo volvió a unirse para evitar el desahucio de José Antonio y su hijo, en Vallecas. Y lo lograron, aunque solo se aplazó una semana.

El grito de guerra que abandera la lucha de la Plataforma de Afectados por la Hipoteca, el “Sí, se puede”, supone el colofón de muchas manifestaciones, que defienden esta y otras causas. La frase deja a los presentes una sensación de victoria, con un especial sabor dulce: demuestran al resto que tienen razón, que han logrado cambiar algo que iba a suceder por el hecho de haberse organizado en su contra. Es casi un “¿veis? Sí que se puede”.

Desde enero de 2008 hasta septiembre de 2014 se contaron en España 360.125 desahucios, según las estadísticas del Consejo General del Poder Judicial. En el tercer trimestre del año pasado, el INE calcula que 77,3% de las viviendas de particulares embargadas eran el domicilio habitual de los propietarios. Detrás de las cifras, familias que han perdido todo y a las que podían haberse sumado muchas otras, pero que terminaron el que imaginaban que sería uno de los peores días de sus vidas con un “sí se puede”.

No hay un recuento de las personas a las que la PAH y otras organizaciones vecinales han ayudado para que conservasen su hogar, o negociasen una alternativa habitacional con la entidad bancaria con la que mantenían una deuda. Pero a todos nos llegan coletazos de sus pequeñas victorias, a través de las redes sociales o del boca a boca. Ahora, cuando un banco u otra entidad solicita un desahucio sabe que al otro lado puede que no encuentre cuatro paredes inundadas de silencio. En algunos casos, la resistencia o la mala publicidad son las que sientan a las partes enfrentadas alrededor de una mesa a negociar.

Las mareas y movilizaciones agitadas por la crisis económica han recordado a la gente la capacidad del grupo para actuar, para ser un agente más en la sociedad. “Pero, ¿qué pasa con las personas que no acuden a la PAH, por vergüenza o por otros motivos?”, me decía un activista de Barcelona. Como con las ONG que luchan contra una causa, esta persona me recordaba que el objetivo de la plataforma era acabar con lo que consideran una injusticia. El final de estas organizaciones sería una buena noticia si fuera acompañado del fin de los lanzamientos injustos.

Así que, ¿qué pasa con los que sufren pero no se organizan? Para ellos, para todos, los activistas de diferentes causas pretenden extender leyes que eviten que los abusos campen a sus anchas mientras no sean descubiertos por algún ciudadano movilizado. Por ello, hay que exigir a los que redactan las normas que escuchen a las personas a las que representan, aquellas que pagan sus sueldos. Que entiendan los problemas de la población e intenten solucionarlos, porque de vez en cuando un grupo demuestra que “sí que se puede”, si se quiere, y ya no valen las excusas.

De todos modos, respecto a la mujer que se lamentaba con su compañera, hay que recordarle que este 2015 sí que cambiará algo: el ciudadano vota.

Laura Olías

Laura Olías

Periodista. Me interesa el periodismo más cercano y los derechos humanos a los que me aproximo desde mis artículos.

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