Opinión

El movimiento

Al principio, antes del famoso Big Bang, nada existía, de hecho, no podemos concebir nada que existiera antes del Big Bang. Esa explosión dio comienzo a todo lo que conocemos: planetas, soles, cometas, satélites… Todos ellos encajaban a la perfección en las cuatro dimensiones que nosotros percibimos (y digo percibimos porque, aunque no podamos notarlos, según la Teoría de Cuerdas hay más): tres espaciales (ancho, largo y alto) y una temporal (nuestro tiempo). Lo bueno que tienen las tres dimensiones espaciales, por decirlo de alguna forma, es que siempre puedes volver al sitio de donde procedes, me explico: Si subo por unas escaleras siempre puedo bajarlas y si voy hacia la derecha, la izquierda, adelante o atrás, siempre puedo cambiar el camino que he escogido. Pero la dimensión temporal… no hay nada que podamos hacer para regresar a aquellos momentos donde verdaderamente queremos estar. Es decir, no podemos volver atrás para deshacer nuestras acciones, cambiar de opinión o un hecho, repetir las cosas que nos han agradado o para recordar con mayor claridad algo que no se colocó bien en nuestra memoria.

No deja de ser triste… A mí hay veces que sí me gustaría volver atrás al igual que puedo volver a casa, al igual que puedo volver a pisar los parques y al igual que desayuno cada día. Me gustaría volver a conocer a algunas personas de nuevo y volver a sentir el calor que me daba su amistad una vez asumida, me gustaría volver a revivir momentos que ya se han quedado muy atrás (o quizás he dejado yo muy atrás) e, incluso, me gustaría volver a ver a personas que no he vuelto a ver. Aunque sólo fuera una vez. Y ni siquiera bastaría eso: Estaría tan bien, no ya desmoronar la dimensión temporal, sino la espacial de tal forma que me fuera a otro universo, casi igual a éste, pero con la única diferencia de que esté todo atrasado: Poder ver mi vida como un espectador. Sí, eso sería magnífico, sería maravilloso. Poder observar mi vida como el que ve una película o como el abuelo que da de comer a las palomas en la plaza, pero acaso yo sería el que se alimentara de esa espectacular visión.

Lo cierto es que somos personas que deberíamos amar la vida. No ya sólo por los momentos magníficos que nos brinda, sino porque parece que no vamos a volver atrás y que, como las grandes historias, siempre acaba. Que tenga un final no significa que sea vil, es más, debe alentarnos para que seamos capaces de poder elegir nuestro final. ¡Qué grande! Desde que existe el tiempo todo el presente ha estado determinado por el pasado y todo el futuro ha estado determinado por las acciones que tomamos en el presente. Cualquier cambio que se haya dado en cualquier momento de los millones de años que carga este mundo a sus espaldas podría haber significado mucho. Cualquier fallo, cualquier choque entre cuerpos, cualquier vuelo de mariposa… Es aquí donde entra la Teoría del Caos. Vivimos en un universo caótico donde cualquier mínimo cambio en cierta condición puede significar una evolución totalmente diferente a la que puede llegar a tener sin dicho cambio. Fijaos: Todo en este universo nos afecta ocurra donde ocurra. Imaginaos, sin salirnos de la Tierra, un beso que no se haya dado a lo largo de los siglos, una muerte prematura o una enemistad adelantada, podría haber significado nuestro no nacimiento. ¡Qué maravillosa la vida! ¡Se nos queda grande la fórmula de la vida porque es ínfima la probabilidad de que nosotros hayamos podido nacer!

Pero la historia no acaba ahí: Al nacer se nos abre un mundo lleno de posibilidades. Estamos, como diría Pasternak, ante un río que quizás se abra demasiado. No sé si “demasiado” es la palabra adecuada, pero sí sé que el río tiene un caudal tremendo. Podemos elegir si elegimos o no, podemos elegir movernos o no. Podemos desplazarnos a través de las tres dimensiones espaciales pero la dimensión temporal seguirá hacia delante, la vida no puede pararse en este sitio. Y poco a poco nos daremos cuenta de que somos partícipes de una historia y tendremos un pasado para recordar con el corazón y olvidar con la cabeza.

Y así, avanzaremos, moviéndonos o no, hasta el fin… Nadie sabe qué habrá después del fin, si podemos llamarlo fin. Quizás sea eso lo que nos ayude a amar una vida que no es todo alegría. O quizás no. Lo que es seguro es que debemos aferrarnos a nuestra vida, a esa probabilidad enana que nos ha proporcionado el peso absoluto del paso de todas las dimensiones existentes, a ese regalo, azaroso o no, que se nos ha dado. Quizás después de morir sigamos vivos en otros universos: Seremos mortales que viven vidas infinitas. Quizás, siendo nietzscheanos, vivamos un eterno retorno, en el que nuestra vida se repita una y otra y otra y otra vez. Nada cambiaría, todo se repetiría a lo largo de una ida que siempre vuelve. Si algún ser me ofreciera eso, sin duda sería un ángel. A lo mejor, como confiaba Einstein, seamos pura energía y, ya que la energía ni se crea ni se destruye, podamos seguir vivos a lo largo de la eternidad. También el universo podría dejar de expandirse y empezar a ceder ante las fuerzas de atracción, desplazándose hacia atrás a lo largo de las dimensiones espaciales. Y con ese movimiento inverso, quizás el tiempo empiece a retroceder y volvamos a revivir en nuestro lecho de muerte. Todo iría hacia atrás… Nuestra vida volvería a terminar en el útero materno, donde dicen que la paz existe y, poco a poco, desaparecer. A unas malas, simplemente podríamos morir y ya está. Quizás la respuesta a estas dudas no sea tan importante: ¿Cuánto vale una vida de calidad? ¿Una vida realmente buena? Ése será el verdadero objetivo.

Vayamos a por una vida verdaderamente apasionante: Moviéndonos… O no.

Javier Bedmar

Javier Bedmar

Nací en el 94. Progresista, europeísta y católico. Ingeniero de materiales.
No dejemos nada por imposible y no dejemos de sonreír.

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