Opinión

El pulpo y la trucha en las aguas de la corrupción

Nos fuimos de vacaciones y a la vuelta hemos comprobado que todo sigue igual, que las aguas bajan turbias y en ellas flota o aguarda a ser emergido en sus fondos el chapapote. Parece claro que algunos, léase el PP, han ralentizado decisiones para llegar a una mayoría absoluta, porque confían que su estable colchón de votos se la dará, mientras el cabreo de los españoles producirá mayor abstención que actúe en su favor.

Sin embargo, como en el caso del Prestige, “hilillos de plastilina” han emergido pringando a los bañistas. Dos ejemplos: han esperado hasta el miércoles, cuando el debate se acercaba a su fin, para hacer públicos los pésimos datos del déficit, y han aguardado a que finalizara la última sesión de investidura para que conociéramos la designación  del ex-ministro Soria al muy adecuado cargo en el Fondo Monetario Internacional. Hay que reconocer el mérito al PP de no sólo administrar decisiones que han creado el precariato, la nueva clase social mayoritaria instalada en la precariedad, sino los tiempos, dato que denota premeditación.

He hablado del pulpo y de la trucha. El primero, es animal de aguas saladas, con ocho tentáculos, ventosas y uña que clavan en su presa y tinta para enturbiar. Ese octopus se maneja muy bien en el terreno político. Extiende sus extremidades. La trucha, animal de aguas dulces, gusta de limpia corriente. En alguna ocasión me he referido a la metáfora de este animal, que nos brinda Christian Schubart, al que Franz Shubert puso música: De no enturbiárselas, la trucha no picará porque ve el anzuelo. La turbiedad es propia de una cierta clase de políticos que cazan en lo público.

En las aguas turbias, contaminadas, a falta de oxígeno, los peces mueren como en ese vertido en el Lozoya; charca en secano donde Esperanza Aguirre se ha excusado diciendo: “me salió rana”, y las ranas empiezan a cantar en este otoño; pulpo que mete su ventosa y clava la uña. Corrupción y anzuelos.

Ha sido de chiste que Ciudadanos y el Partido Popular le hayan dado vueltas a la palabra corrupción para suavizarla, revestirla como de chocolate para hacerla más digerible, limar sus aristas como piedra en el conducto urinario. Baltasar Garzón ha definido corromper, en su libro “El Fango”, con el diccionario de la RAE en la mano, como: “echar a perder, depravar, dañar, pudrir, sobornar, practicar la utilización de las funciones y medios en provecho de los gestores, en el seno de las organizaciones, donde se desvía el interés general a favor del particular, y además fabrica excusas cínicas”. Leyendo a Garzón, que por cierto muestra la evolución de esas prácticas, caso por caso, en todos los campos, desde los días del franquismo, uno aprecia que resulta aplicable todo el Código Penal, que dijo Pedro Sánchez en el Debate de Investidura. También resulta dolorosa la tardía aplicación de las leyes. Así se entienden las manifestaciones de los jueces, revestidos de sus togas, en la Plaza de Castilla, cuando desde el poder, se desatiende la provisión de medios, o se ponen dilaciones a los procesos mientras que, hipócritamente, se protesta por la falta de premura. Es Garzón quien concluye, de la mano de Transparencia Internacional, que “no faltan medidas para corregir la corrupción, sino falta de independencia de los órganos y unidades encargados de gestionar esa corrupción dentro del sector público” y por ello “debe ser la sociedad, desde posiciones éticas, quien exija esas medidas a los políticos”.

Pues bien, la sociedad ha hablado. Además de hacerlo en el “plebiscito cotidiano” de la opinión pública, lo ha hecho en dos procesos electorales sucesivos. Es verdad que parece una contradicción que el partido más votado, el PP, tenga como candidato al cabeza de lista peor valorado. Con todo, y pese a su mayoría minoritaria, no alcanza a la totalidad de las fuerzas que forman la oposición. Con nadie ha podido alcanzar acuerdos, sino con C`s, y eso con reticencias. Y es que la sociedad, en su conjunto, muestra desconfianza porque ha percibido unos niveles de corrupción que inhabilitan a esa fuerza política, caída en ese estado, para acometer la necesaria regeneración. La desafección ha producido la abstención, Por esa causa, se ha reducido el aporte de un capital social, ahora desencantado. Tal parece que ese partido, que ha sido causa de esta situación, está jugando a promocionar ese desencanto de cara a unas terceras elecciones que, por fidelidad del voto cautivo, le lleven otra vez al triunfo electoral, aun al precio de haber debilitado la participación política, la convivencia cívica, y, lo que es más grave: el compromiso cívico ético-político. Como sostuve en una conferencia en el Ateneo de Madrid, tomando pie en D. Emilio Lledó cuando define la ética como ejercicio de decencia, lo peor es que nos invada la indecencia; que se nos pudra el suelo social; que se nos enfangue la cabeza; que, instalados cómodamente en la putrefacción, nos encontremos a gusto, practicando lo que vemos, adaptados a una charca, a un vertedero. Hoy se ha generalizado la impresión de que nos hallamos instalados en la corrupción institucionalizada, “lo único que funciona”, que dijo uno que fue parte de la corrupción instalada en Valencia, en un sistema de intercambio entre parásitos de la política y algunos centros productores de poder económico.

Estamos ante el triste espectáculo de una infección de intereses particulares que someten a los intereses colectivos, con efecto multiplicador de imitación de lo que existe, de sumisión a lo inevitable. Ante semejante espectáculo crece la indignación impotente y todavía cívica. Asistimos a la fragmentación de la sociedad organizada en suma, de modo que la vuelva más manejable. Todo esto se percibe como desmoralización desde arriba y promueve la ejemplaridad de lo perverso en una sociedad anestesiada.

Es realmente peligrosa esa infección de garrapatas, porque se extiende a una política mediática, como Castell afirma, que practica como vacuna la política del escándalo: Desde el poder financiero y político, que tiene en su mano las cuentas de resultados de los medios de mayor audiencia, se publicita el escándalo del político que quieren quemar, o se difunde como vacuna del propio sistema hasta un punto de saturación, hasta la hartura. El escándalo siempre crea notoriedad, a mensurar controladamente por estos corruptores: Estaremos, en ese caso, ante la compra de la política mediática y la política del escándalo como espectáculo, dentro de la “sociedad del espectáculo”, practicada por medios que no ponen en común lo que interesa a la sociedad viva, sino que fabrican seres comunes. Y a eso le llaman algunos “sentido común”.

La política del escándalo es bien manejada para la distorsión por quienes filtran dosieres a medios afines: Se destapa un asunto cuando ya no se puede esconder, o cuando se quiere exterminar una alternativa. Es preferible poner en la picota a un político, que haya vivido de ese circo, para que sirva de pim-pam-pum y le tiren pelotas en su feria, a que el público llegue a tener la impresión de estar ante una corrupción estructural. Claro que también es posible que se permita que algún político se chamusque un poco, pero sin prenderse del todo, para cultivar el victimismo. De ese modo se consigue notoriedad, se vacuna el sistema con tintes justicieros, y se aparta luego de la hoguera a ese político como a un tizón, ofreciéndole suculentos destinos. Ejemplos recientes existen: Wert-Cañete-Soria, amortizados, y como tales válvulas de escape.

Se ha dicho que “la coalición es el arte de llevar el zapato derecho en el pie izquierdo”. Yo añado sin que salgan callos o se dañe el paso. El PP y C`s presionan al PSOE, otros cambian el verbo por chantajean, para que entre por el aro o se abstenga. Pero esto ya no es un zapato, es una bota malaya. Eso sería ejecutar ahora aquella pena de los romanos que consistía en atar un cadáver en descomposición a las espaldas de un vivo. “Ya no bastan zapatos ni caminos”, dijo Neruda. He citado a menudo, en diferentes círculos, aquel proverbio chino de “El pez se pudre por la cabeza”. Añado ahora que en ese caso difícilmente puede mover esa cabeza podrida al resto del cuerpo, que no sea hacia el pudridero. Mayor complicación le añade si, al mover sus aletas, acompañado de sus rémoras, ese pez enturbia el agua que se vuelve charca y lodo, y los demás habitantes de ella llegan a ver normal la situación como algo que hay que practicar para sobrevivir. Llegados a esa situación, quienes verdaderamente detentan el poder buscan marcas blancas, de uno u otro signo, que les salven la situación, pececillos sin experiencia que acaban en la boca del siluro o sin oxígeno.

Según Diógenes Laercio “Jenófanes afirmó por primera vez que todo lo engendrado es corruptible, y el alma es un aliento”. Abran las ventanas, que entre el sol y el aire, incluso la lluvia que baldee la casa. La sociedad, en su conjunto y variedad, necesita de una derecha regenerada, y que la izquierda cumpla con su genética regeneradora, tantas veces presente en la historia. Si “el alma es un aliento”, por favor, déjennos respirar el aire limpio para no tener que ir con la pinza en la nariz, la máscara antigás, y el cabreo puesto, como andando a patadas entre la exposición a la corrupción política y el declive de la confianza política, que dice Castells, ayunos de ética política, hartos de tanta corrupción, y escépticos de toda información servida por un periodismo al mejor postor.

Ángel Martínez Samperio

Ángel Martínez Samperio

Técnico Superior en Relaciones Públicas; Licenciado en Ciencias de la Información, rama publicidad y relaciones públicas; diplomado en Marketing Management; diplomado Product Manager; diplomado en imagen corporativa; acreditado como experto colaborador del antiguo S.E.A.F P.P.O, luego INEM, y Licenciado en Teología.

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