Opinión

Mi tableta de chocolate

El otro día, mientras comía, veía en la televisión las famosas declaraciones de Trueba en las que explicaba que él nunca se había sentido español, que cada vez que la Roja jugaba un partido él iba con el equipo rival y que hubiera encontrado sensacional que los franceses hubieran ganado la Guerra de la Independencia. Sin embargo, mi mente estaba ocupada con otro pensamiento que para mí urgía mucho más, algo que dejaba de lado las palabras del director de cine: Si al abrir la nevera, tras la comida, habría chocolate para tenerlo de postre.

Lo cierto es que cómo se sienta Fernando Trueba me da absolutamente igual. Me importa más saber que voy a tomarme una tableta de chocolate Lindt antes que la bandera que este hombre ponga en el salón de su casa cuando se sienta a ver el fútbol. Y, por supuesto, me trae al pairo la atracción que sienta Trueba por un bando u otro en una guerra que hace dos siglos se acabó. No me malinterpretéis. Es que me da absolutamente lo mismo que Fernando Trueba y el resto de millones de españoles sean heterosexuales, homosexuales o bisexuales. No me preocupa que Fernando Trueba y el resto de españoles sean católicos, protestantes, judíos, musulmanes o ateos. Me da igual que Fernando Trueba y el resto de españoles sean del Madrid, del Barça u odien el deporte rey. Tampoco es de mi incumbencia que Fernando Trueba y el resto de millones de españoles quieran hablar castellano o prefieran el gallego. Y, claro está, me da igual si Fernando Trueba y el resto de españoles se sienten europeos, españoles, madrileños, catalanes o simplemente de Villalbilla.

De este tema, sólo me importan dos cosas: que Fernando Trueba pueda decir lo que quiera y que no haga daño al resto de personas. Lo primero lo hizo, pero lo segundo no. No levantan revuelo los sentimientos de Fernando Trueba (nos da igual que se sienta español o japonés), pero sí lo hacen las expresiones y el asco que él usaba para hablar de sus sentimientos porque esos factores sí hacen daño a los que se sienten españoles. Y mucho. Podemos sacar analogías. A nadie le importa la religión que tenga cada uno (en eso se basa la libertad religiosa) pero sí hace daño cuando un ateo es tachado de demonio o un católico es tachado de débil e ingenuo. A nadie le importa la lengua que hable cada uno, lo malo es cuando llega el extremista que prohíbe hablar a los ciudadanos el idioma que quieran como individuos (y de esto hemos tenido mucho en España de manera bidireccional). A nadie le importa la tonalidad de piel de cada uno, lo que sí duele es cuando llega el tonto de turno y distingue entre ciudadanos de segunda y de primera por ello.

¿Por qué no me importa cómo se sienta Fernando Trueba y el resto de millones de españoles? Porque son sentimientos tan propios de cada uno, tan particulares, como el hecho de que nos gusten rubias o morenas. Y ninguno de esos sentimientos no son la solución a ninguno de los problemas que tenemos como país. Nada de lo que sintamos Fernando Trueba y yo está hecho para solucionar los problemas del paro, de la vivienda, de la pobreza o de la educación. Que Fernando Trueba se sintiera español no solucionaría para nada los problemas de nuestra sanidad, pero quizás sus ideas sí podrían solucionarlos y son esas ideas lo que yo quiero oír, no en Trueba, sino en todo el mundo. Son las ideas de cada uno lo que me importan a mí, no los sentimientos.

Basta ya de empeñarnos en demonizar los sentimientos de afecto que tenemos o no hacia nuestras raíces, basta ya de empeñarnos en ridiculizar los argumentos del que cree o no en Dios, basta ya de marginar a las personas por su orientación sexual… A nadie le deberían importar esas cosas. Los problemas de este país no es que necesiten mayor o menor atención, es que simplemente juegan en otra liga, están en otra dimensión. Dejemos de pretender que los sentimientos influyan donde solamente deben tener cabida las ideas nacidas de la razón. Porque los problemas de España se solucionan con los que, viviendo y trabajando en esta tierra, queramos seguir luchando por los derechos, las obligaciones y las libertades comunes, que son las que nos identifican como españoles (en la rama menos sentimental, en la rama política) y las que sí deberían incumbirnos a todos.

Muchos que no se hayan enterado de lo que he dicho en este artículo se preguntaran si me siento español o no, si soy católico o ateo o cuál es mi orientación sexual. Simplemente diré lo único que llevo con deshonra (el resto de sentimientos los llevaría con la misma honra fueran unos u otros): En la nevera no había chocolate.

Javier Bedmar

Javier Bedmar

Nací en el 94. Progresista, europeísta y católico. Ingeniero de materiales.
No dejemos nada por imposible y no dejemos de sonreír.

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1 Comment

  1. Lucina
    5 diciembre, 2016 at 10:41

    Javier Bedmar muy buen artículo. Así debíamos de ver y respetar, seguro que el mundo sería distinto alo que tenemos hoy día. Una cosa queda reflejada estu manera de ser de buena gente.Un Saludo.