Opinión

El poder de la palabra… o la sinrazón de las armas

Leo a estas horas con una mezcla de horror e indignación las crónicas de la prensa internacional sobre la masacre ocurrida en la redacción de la revista satírica francesa Charlie Hebdo. Horror por la sinrazón de un crimen atroz sobre unas personas cuyo único delito ha sido ejercer dos de los derechos fundamentales que son pilar de cualquier sociedad, los de expresión y libertad de prensa. Es cierto que la sátira política camina casi siempre en el filo de la navaja entre la crítica y la burla, y caer en el chiste burdo y soez es más fácil de lo que parece. Pero incluso en el hipotético caso de que se diese el caso, esto no es motivo para que nada ni nadie desencadene tal nivel de violencia, llevándose por delante doce vidas humanas. Ninguna idea o creencia debe ser coartada para dar rienda suelta a la barbarie que el fanatismo de cualquier signo alimenta y fomenta.

Y me siento profundamente indignado de ver como un grupo de fanáticos, llámense islamistas o el Sursun Corda, tergiversan unas ideas, creencias o ideales para sembrar el odio y la muerte entre sus semejantes. Y me da lo mismo si son integristas religiosos o dirigentes políticos de naciones porque ambos solo buscan poder y el control. Es cierto que vivimos en sociedades donde los términos de libertad y democracia están fuertemente erosionados y son cuando menos precarios. Pero uno de los resquicios que nos quedan en esa pérdida paulatina de esas libertades, es la sátira como forma de crítica y denuncia de las injusticias y las desigualdades que esta sociedad capitalista genera. Es paradójico  pensar que esas mismas injusticias que este tipo de prensa denuncia con sus textos y viñetas, son aquellas que llevan a muchos jóvenes a actitudes de odio que a veces desembocan trágicamente como en el suceso de ayer.

No voy a entrar en el origen de este tipo de fanatismo religioso, porque corro el riesgo de caer en demagogias o, lo que es peor, en críticas viscerales fruto de ese horror e indignación que comentaba al principio. No voy a profundizar si los autores eran o no del Ejercito Islámico. Ni siquiera si este ha sido financiado, entrenado y promovido por las potencias occidentales como forma de estrategia geopolítica para controlar la región más rica en petróleo del planeta. Tampoco entraré a valorar como estos grupos se han retroalimentado entre la población inmigrante más pobre de los países europeos asociando a los culpables de su situación de pobreza con los culpables de la situación en sus países de origen. No pienso hacerlo.

Desde mi humilde opinión de opinólogo, lo que nos debe importar en estos momentos es que tres fanáticos han intentado cercenar nuestra libertad para decir, escribir o dibujar lo que pensamos u opinamos. Que han acabado con doce personas, doce vidas. Pero que eso nos debe hacer más fuertes y más convencidos de lo que hacemos, para seguir diciendo, escribiendo o dibujando lo que pensamos u opinamos, sin más cortapisas que nuestra propia ética. Porque ni el arma más poderosa puede serlo más que la palabra y el uso que hagamos de ella. Porque serán los ciudadanos los que libremente marcarán donde está el límite de la crítica, siempre aguda y mordaz pero nunca insultante. Porque son ellos a los que nos debemos los que, de una manera u otra, usamos el púlpito de la prensa para decir, escribir o dibujar de forma veraz y crítica  todo lo que a nuestro alrededor suceda. Se llame Mahoma, Dios o el Sursun Corda.

Carlos Barrero

Carlos Barrero

Inconformista por naturaleza. Defensor de causas perdidas. Activista sindical y militante de MIA Pinto y Ganemos Pinto. http://www.cabalarojo.blogspot.es

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1 Comment

  1. Susana
    8 enero, 2015 at 09:08

    El atentado terrorista de ayer fue un ataque a la libertad de expresión y a todos aquellos que la ejercemos. Algo asi no se puede amparar bajo la excusa de las creencias religiosas. Es Causa del fanatismo, el extremismo, la sinrazón y el odio.
    No podemos permitir que el miedo nos arrebate nuestras libertades, que los radicales limiten nuestros derechos, ni que el terror que causan nos haga callar.
    Por todo ello:
    “Hoy, todos somos Charlie”